martes, 1 de marzo de 2016

Tears



Day 3 : Variation to practice English




To me, it is important to cry constantly, at least once a month. Don't ask me why. I think it has always been a part of me.

There was a time in which I cried all the time, every day, out of sadness. It was my attempt to empty myself from emptiness. I'm not empty anymore.
My tears have somehow grown old. They taste different. They've changed.

You never cry. Surprisingly, you've brought up a different type of tears from me. You, the dry-eyed angel, taught me to cry happiness. Tears of joy are sweet and soft and warm. I'll always thank you for it.

I know you wish you understood my constant need to unload my heart. I know you accept my habit even when it hurts.

Sometimes, I can't explain myself and at times you can't make sense of it. I think you never know what's coming. My explanations go from, "I'm crying because my heart is so full of love that it is pouring out" to "I just feel like crying myself to sleep."

Crying to me means metamorphosis. Lately, I've been changing a lot. And it happens rapidly. It feels like one day it suddenly hits me that I am a different version of myself. One day I wake up and realize I just don´t know what I am doing. Then I'm sitting in front of the screen, actually working and feeling proud of myself. And at some point I find myself craving for us to have a baby or a house or a trip to Europe or none of those. And these moments change who I am, and they take me by surprise. So I cry. I cry because with each tear I let go a part of me and I embrace my new self. I shed my skin, in a way.


I might always be this wet and salty creature. Or maybe tears will run out one day. But I don't regret it. Crying is a way of growing up, of becoming a better person and of letting me be me. Anyway, I'm glad I married you, my dry, loving, tender-hearted angel.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Ininteligibilidad

Writing Challenge

Día 2
Escribe sobre un personaje que haya perdido algo importante

La señora Leblanc nunca llega tarde a desayunar. A las 7:22 sale de su habitación y recorre el pasillo que separa los dormitorios del comedor. A las 7:28 se sienta en la mesa de la esquina, coloca la servilleta en su regazo y le da un sorbo al café que el mesero, esperándola ya, ha servido en la taza de porcelana. 

No hay día en que la señora se desvíe de su rutina. "Uno debe de tener un plan si ha de seguir cuerdo", dice a su amiga Mónica ".Si quieres que hable contigo, debes estar aquí a las 10:30. Ni un minuto después".

La señora Leblanc pasa el resto de la mañana paseando por el jardín. Ocasionalmente se sienta cerca de las jardineras y recita en voz baja uno o dos poemas que aprendió cuando era joven. 
Al medio día, regresa a su habitación. Saca de su armario tres cajas de madera y las coloca sobre la mesa, perfectamente alineadas. 
Abre la primera, la que tiene unas aves pintadas en la tapa. Está llena de recuerdos de antaño. Hay varios broches de cabello, un par de guantes de seda azul, una botellita de perfume vacía y dos boletos de tren. Mira cada objeto. Lo huele. Lo sostiene en sus manos y lo regresa a su sitio. Cuando termina, toma su sombrero y se dirije al jardín para comer con Juan. 
Juan le agrada. Nunca llega tarde.

Los lunes y los jueves tiene taller de manualidades. Esta semana están pintando un cuadro. Ha sido difícil. Muchos de los asistentes no recuerdan cuál es su cuadro al día siguiente. Hay algunas lágrimas y a veces peleas. No ha sido la mejor idea que ha tenido la administración. La señora Leblanc, sin embargo, tiene cosas más importantes en qué ocupar la mente, por lo que está dispuesta a continuar cualquier cuadro que le pongan en frente. 

Hoy, no es ni lunes ni jueves. Hoy es viernes; día de lectura dramatizada. La lectura se hace en español, claro. La señora Leblanc ha sugerido varias veces que la lectura se haga en francés, pero nadie le hace caso, "Debes dejar de insistir", le ha dicho la enfermera, en repetidas ocasiones.

En la caja de enmedio hay fotografías. Ella en el campo con Louise. Las dos niñas montadas en un caballo. Una cabaña junto a un arrollo. Y él, por supuesto, con su sonrisa de siempre. Encantador.

Las manos de la señora Leblanc tiemblan conforme se acercan a la última caja. En el interior hay una carta. El papel es viejo y pareciera estar a punto de romperse. Desdobla cuidadosamente la hoja y acaricia las palabras lentamente con sus dedos torcidos y arrugados.
Lee. Vuelve a leer.
Los ojos se le llenan de lágrimas. La desesperación se apodera de ella. Los gemidos se vuelven incontrolables.
La rutina diaria tampoco ha funcionado esta vez. Los nombres de los objetos en la caja no cambiaron: seda, guantes, broches. Las memorias evocadas por las fotografías pasaron por su mente como película muda. Las palabras de la carta le resultan ininteligibles.

Mon chérie... C´est la dernière fois que je t´écris... N' oublie pas ce que je dis... Garde nos mémoires...

Lo ha olvidado. No recuerda. Las palabras no son más que trazos sin sentido que no evocan sino silencio.
Varias veces le han traducido la carta. Pero ella sabe que no es lo mismo. No se siente como se sintió aquella vez que la leyó por primera vez, justo tras la muerte Frank. El español suena vacío, irreal.  Algo falta. Una parte de ella se perdió cuando despertó aquella mañana en la que su lengua nativa se borró de su memoria. De repente, toda conexión significativa con las personas en su pasado y con sus pensamientos más íntimos dejó de existir.

El día termina con lágrimas y pastillas tranquilizantes.
La señora Leblanc ha perdido la batalla una vez más. Poco a poco su respiración se calma.
Se va quedando dormida mientras piensa que tal vez mañana, si lo intenta con más fuerzas, algún objeto tendrá nombre en francés.


jueves, 4 de febrero de 2016

Misiva

Writing Challenge

Día 1

Utiliza la última frase de algún libro como la línea inicial de una historia.


En este instante experimento que nuestra razón, tan insuficiente para prevenir nuestras desgracias, lo es todavía más para consolarnos después.*

Y aunque las razones estén de más, te escribo esta  carta.

Es verdad que la esperanza muere al último; pero no es para alegrarse. Las personas suelen decir eso  cuando todo parece perdido para evitar perder el ánimo. Como si esperar lo suficiente fuese a traer algo mejor en el futuro.
Se equivocan. La esperanza se consume vez tras vez. Pero basta una chispa pequeña, una palabra, algo de tiempo, una imagen difusa y la esperanza se reconstruye. Está hecha de andrajos y limosnas. Se rehúsa a morir.

Eso es tortura. Un día parece que ya no queda más, que la vida ha cambiado para siempre. Uno se dice que ahora las cosas serán distintas, que habrá que comenzar nuevamente… pero entonces algo pasa y a la mañana siguiente la esperanza vuelve a aparecer derrumbando la posibilidad de dejar el asunto atrás.
.
Es esa misma tortura la que me lleva a escribirte y a pedirte —aunque no sé si es algo que una persona pueda pedirle a otra —que me mires. No quiero que me acaricies con los ojos cerrados. Quiero que me duela la piel de tanto que la miras. Quiero ser una obra de arte. No quiero que me veas, no. Quiero que me contemples. Debes memorizarme.

Vengo a pedirte que me beses casi clandestinamente, que conviertas en ilícito lo permitido. Vengo a pedirte que enloquezcas. Vengo a pedirte que te enamores de mí.

Discúlpame si he pedido algo incomprensible. Pero es esta esperanza loca de que es posible evitar caer en el pozo de lo inevitable. Que se puede ser diferente. Que se puede burlar al tiempo.

Te pido ahora que tengas compasión y mates de una buena vez cualquier resquicio de esperanza que llegue a tus manos junto con esta misiva.

Por siempre tuya..

*Frase tomada del libro "Las amistades peligrosas"de Pierre Choderlos de Laclos.

jueves, 4 de abril de 2013

El sombrero

Cuando Alicia tenía 21 años, recordó un sueño que tuvo alguna vez: siendo una niña pequeña se había caído dentro de una madriguera al perseguir a un conejo blanco que miraba angustiado su reloj murmurando: «¡Se hace tarde!». La caída fue larga, por lo que durante su descenso pudo repasar sus clases de geografía y hasta soñar que Dina, su gato, se comía un murciélago. Se preguntó cómo sería la gente con la que se toparía abajo y se imaginó a sí misma haciendo preguntas tontas a personas de otra dimensión. A ratos, le pareció que la caída no terminaría jamás, pero con el tiempo llegó al suelo.

Ahora Alicia no podía acordarse muy bien del resto del sueño; tenía en su memoria imágenes de una mujer odiosa y sanguinaria, de un gran sombrero y algo acerca de un cuervo y un escritorio.
Pensando en estas cosas, se quedó dormida. Cuando abrió los ojos, se encontró a sí misma en un lugar vagamente familiar; el cielo estaba lleno de estrellas enormes que no se parecían a las que se ven desde la tierra. Un zumbido constante se escuchaba a lo lejos, como si lo rodeara todo. A Alicia se le ocurrió que tal vez estaba escuchando el sonido emitido por púlsar o por las estrellas... tal vez estaba escuchando la luz. Sin pensarlo demasiado, decidió avanzar junto con el zumbido —pues le parecía que el ruido avanzaba — y dejarse llevar por la imaginación. Sentía como si su trayectoria estuviera predefinida por alguna especie de fuerza que la impulsaba hacia adelante.

Conforme avanzaba, le parecía que el tiempo iba cada vez más lento. De repente, comenzó a caer. Esta vez estaba segura: el tiempo iba más lento.
Después de varias horas, pensó que si se movía lo suficientemente rápido podría escapar. Cambió de posición, intentó impulsarse hacia abajo, detenerse de algo... pero no había hacia dónde avanzar ni de qué sostenerse. Si hubiera puesto atención a sus lecciones, probablemente entendería que acababa de traspasar el horizonte de sucesos o recordaría la fórmula para deducir la velocidad de escape necesaria para burlar la atracción gravitatoria; tal vez sabría que después de traspasar el horizonte, no hay más suceso que caer. Incluso hubiera podido evitar la penosa circunstancia de estar sumida en un sueño del que no despertaría jamás.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Yugo desigual

Este es un cronopio*... bueno, más bien un fama*. No, no; quiero decir que en realidad es un cronopio que por poco se vuelve fama, o mejor dicho: por poco y no es cronopio. Cosa de genes, supongo.
En fin, este cronopio sufre porque sospecha que su pareja es una fama, y aunque no lo sabe a ciencia cierta, no se atreve a preguntar por miedo a herir sentimientos.

Puesto que no es capaz de suprimir su naturaleza, el cronopio escribe largas cartas y a veces libros enteros y los llena de palabras de amor. Después, le entrega sus creaciones a la fama: ella tarda un poco en abrir el sobre o la pasta del libro, pero cuando lo hace lee el contenido a una velocidad exorbitante muy característica de los famas que saben que el tiempo es muy valioso como para desperdiciarlo en nimiedades. Tal acción hiere un poco al cronopio que puso mucha atención en cada punto y cada tilde que salió de su pluma. Mientras tanto, la fama pierde detalles y matices y prosigue su lectura hasta el punto final, levanta la vista, sonríe y agradece.

El cronopio esperaba algo distinto: quizás una pequeña lágrima de alegría, un suspiro o un pestañeo que reflejara en el rostro de la fama algo de las emociones que su carta suscitó. Pero nada.
Tal vez, en el fondo, el cronopio no entiende que los famas no escriben cosas tan tontas como una carta ni pierden su tiempo leyendo nimiedades; tal vez espera que la fama se comporte como cronopio para poder danzar juntos recitando poemas al aire...

A veces la fama se da cuenta de que el cronopio está triste e intenta enmendar su conducta -aunque en realidad no entiende qué es lo que está haciendo mal- y por un día o dos sonríe un poco más. Al tercer día se aburre -o tal vez se le olvida- y vuelve a su estado natural sin mayor preocupación.

Por eso sufre el cronopio: todas las mañanas se levanta con la esperanza de encontrar una carta en el correo porque no entiende que los famas nunca escriben cosas tan tontas como una carta, y peor aún, no entiende que los famas nunca serán cronopios.

***

*Historias de cronopios y de famas por Julio Cortázar

Este es un intertexto original utilizando los personajes que creó Julio Cortázar en sus historias de cronopios y de famas. Dichos personajes podrían haber sido adaptados para fines literarios.

viernes, 15 de febrero de 2013

Páginas

"No sin alguna lógica amargura pienso que las palabras esenciales que me expresan están en esas hojas que no saben quién soy".

-Jorge Luis Borges